sábado, 14 de marzo de 2015

Tengo miedo.

Escribo.
Escribo para ser libre, para romper las cadenas que me apresan, para expresar.
Las palabras, mas que letras, son suspiros, son anhelos, son pensamientos.

Tengo miedo de que todo esto acabe.

Tengo miedo de volver, tengo miedo de irme.
Tengo miedo de volver a veros, o de no veros nunca más.
Tengo miedo de saludar, o de despedirme para siempre.
Tengo miedo de reír, o de llorar.
Tengo miedo de los reencuentros, pero aún más de las despedidas.
Tengo miedo.

El miedo se aferra a mi. No me deja ir, o quizás no lo dejo irse.
Supongo que lo utilizo como arma arrojadiza. Como escudo, como armadura.
El miedo me sirve para saturar tiempo, para dejarlo pasar, y para no afrontar la realidad.
La realidad de que en nada, todo lo que fue, que ahora es, será.
La realidad de que en nada, todo lo que viví, que ahora vivo, ya no lo viviré.
La realidad de que en nada, todo volverá a ser igual, o completamente diferente.

Lo que dejé atrás, ahora vuelve como un boomerang pero con más fuerza, y lo que es peor, de golpe.
Lo lancé hace 7 meses, lo dejé volar, pero ahora viene, mucho más rápido, cargado de historias y novedades, dirección mi corazón.
7 meses lleva volando, sintiendo el viento en la cara, disfrutando de la distancia, de la velocidad, de la ingenuidad de no saber que en algún momento tendría que tornar sobre sí mismo y retroceder.

El problema del boomerang es, sin duda alguna, que él sigue siendo el mismo, pero que quizás su dueño el que le esté esperando, haya cambiado o incluso se haya cansado de esperar su vuelta.

Mientras tanto, sigue volando, girando y disfrutando.
Mientras tanto, seguiré teniendo miedo.


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